Amigas y amigos: como suelo hacer, estoy grabando esto con unos días de anticipación. Hoy, concretamente, es el miércoles 7 de mayo. Ya ha concluido la primera jornada del cónclave para la elección del nuevo sucesor de Pedro.
Dios mediante, cuando se difunda este video, ya habrá aparecido el humo blanco y habrá salido al balcón de la basílica de San Pedro el nuevo obispo de Roma.
Sin embargo, esta reflexión no puede dejar de referirse al nuevo Pontífice, más allá de quien haya sido elegido, precisamente porque este domingo es el de Jesús Buen Pastor. Cada año, en el cuarto domingo de pascua, escuchamos un pasaje del capítulo 10 de san Juan, en el que Jesús nos dice “yo soy el Buen Pastor”. Es también la jornada mundial de oración por las vocaciones.
El pasaje que escuchamos este año es el final del discurso de Jesús. Un pasaje breve, pero de profundo contenido. Vamos a recorrerlo y comentarlo.
«Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen» (Juan 10,27)
En tiempos de Jesús, los pastores guardaban en la noche sus respectivos rebaños, en un único corral. Cada mañana, el pastor buscaba a sus ovejas y ellas, al escuchar su voz, salían del corral y lo seguían.
Jesús se vale de esa imagen para expresar lo que significa para nosotros ser sus ovejas.
Escuchar su voz es escuchar su Palabra, alimentarnos con el Evangelio y los demás libros inspirados que componen la Biblia. El Evangelio es la “Palabra del Señor”, en referencia al mismo Jesús y así se lo proclama al terminar la lectura; pero todos los textos bíblicos son Palabra de Dios y llegamos a comprenderlos en plenitud cuando entendemos su relación con Jesucristo.
Cada día estamos invitados a escuchar la voz de Jesús, recordando que lo hacemos, fundamentalmente para poner en práctica esa palabra, como Él mismo nos indicó que hiciéramos… Más aún, también su Madre nos indica:
«Hagan todo lo que él les diga» (Juan 2,5)
Nuestra escucha de la Palabra de Jesús se vive en Iglesia. La escuchamos durante la Misa y en otros momentos de celebración y de oración, o en el espacio de una pequeña comunidad o grupo de lectio divina. Pero aunque estemos solos, meditándola en casa, estamos llamados a sentir con la Iglesia, es decir, a escuchar el llamado personal que Dios nos hace, no con una actitud individualista, sino en comunión con todo el Pueblo de Dios.
Por medio de su Palabra, Jesús Buen Pastor sigue guiando a la Iglesia. Así lo recordaba el papa Benedicto XVI, al comienzo de su ministerio petrino, cuando manifestó:
Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la Palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia. (Benedicto XVI, 24 de abril de 2005)
El Papa, los Obispos, en nuestro magisterio, estamos también sujetos a la Palabra de Dios, también llamados a escucharla y ponerla en práctica. Eso es seguir a Jesús, seguimiento al que estamos llamados todos los cristianos.
«Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos» (Juan 10,28)
“Vida eterna”: la vida de Dios; ése es el gran don de Jesús crucificado y resucitado. Jesús, Buen Pastor, ha venido para que sus ovejas tengan vida. Para eso ha entregado su vida: para eso ha muerto y ha resucitado. La plenitud de esa vida estará en el “mundo venidero”; pero varias veces, en el evangelio de Juan, la encontramos como una realidad que, en la medida de nuestra capacidad, ya se nos da, aquí, a partir del encuentro con Jesús:
Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida. (Juan 5,24)
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. (Juan 6,54)
De hecho, ése es el sentido del bautismo: morir y nacer de nuevo en Cristo. Allí comienza nuestra vida eterna, a partir de nuestra unión con Cristo.
Tantas veces pretendemos ser lo que no somos, ser lo que el mundo espera de nosotros y nos negamos a reconocer nuestra fragilidad y nuestras actitudes mezquinas… La vida eterna que Jesús ha abierto para nosotros, queda opacada, no se trasluce… la luz que encendimos en la vigilia pascual, la luz que viene del Cirio que representa a Jesús Resucitado, queda muchas veces escondida; por eso, cada día tenemos que reencontrarnos y alimentar, con la oración y aún, si es posible, también cada día, con la Eucaristía, la vida plena que el Buen Pastor nos ha dado.
«Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa» (Juan 10,29-30)
“Mi Padre, que me las ha dado…” Si nos hemos sentido llamados por Jesús, si buscamos escuchar su voz y seguirlo, es porque el Padre ha puesto dentro de nosotros el deseo del amor, de la verdad, de la vida. Jesús es todo eso, en plenitud. Él colma nuestras necesidades más profundas. Él es el único que puede dar respuesta a nuestra sed de eternidad.
Nadie nos arrebatará de las manos de Jesús, porque nadie puede arrebatar nada de las manos del Padre. Esto no significa que en la vida estaremos libres de contrariedades y sufrimientos: significa que, en medio de todo eso, nos sentiremos llevados y sostenidos por las manos de Jesús y del Padre.
“El Padre y yo somos una sola cosa”. Las palabras de Jesús concluyen con esta fuerte afirmación teológica, que provocará total rechazo e indignación de los fariseos que lo escuchan, al punto que quieren apedrearlo. Ellos explican su actitud diciendo:
«No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios» (Juan 10,33)
Jesús “no se hace Dios”. Él es Dios, él es la Palabra eterna del Padre que se hizo hombre y puso su morada entre nosotros. Él vive con el Padre una perfecta comunión de amor y conocimiento. En esa relación estamos llamados a entrar, a hacernos uno en ellos desde ahora. Entrar en esa unidad, en esa comunión con Dios, es tener ya la vida eterna.
En esta semana
Domingo 11. En este domingo se realizan las elecciones departamentales y municipales en el Uruguay. Oremos por todos los que salgan elegidos, para que sean verdaderos servidores del Bien Común.
Martes 13, Nuestra Señora de Fátima
Miércoles 14, San Matías, apóstol
Jueves 15, San Isidro Labrador, patrono de Las Piedras y tan querido y recordado en todo Canelones.
Viernes 16, en este día se celebra en Uruguay y Argentina la memoria de San Luis Orione.
Gracias, amigas y amigos por su atención. Que los bendiga Dios Todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.